“Me apagué un poco, pero me volví a encender; porque siempre puedo, siempre pude y siempre podré” (Mensaje de Pilar Bernat a Juan Manuel Sáez el 20 de agosto de 2020, tras nuestra última conversación).
Una tarea siempre imposible: borrar los mensajes, el registro de llamadas, el contacto de alguien a quien aprecias y con quien sabes que nunca vas a volver a hablar. Teníamos una especie de código no pactado, yo le enviaba un SMS (que no Whatsapp porque era esa ‘rara avis’ que en medio de la vorágine tecnológica se negaba a tener ‘esas cosas’), él me contestaba y, cuando el cuerpo y el ánimo se lo permitía me daba un toque. Tras unos minutos de parte médico -cada día un poco más doloroso-, procurábamos hablar de trivialidades, de la familia, de política, del trabajo; generalmente de cosas que, al cabo de un rato, convertidas en hipérboles, nos hacían reír. ¡A qué dramas, si ya la vida nos aporta bastantes!
Finalizaba agosto, envié el mensaje típico previo a la llamada, pero no obtuve respuesta. Primeros de septiembre, una foto de sonrisa asegurada y obligado comentario: igualmente sin respuesta. Me alarmé; lo peor estaba a punto de llegar.
He sido yo, pudo ser cualquiera
Hace unos días me pidieron a mí que escribiera esta despedida, pero podía haber sido cualquiera; cualquiera de los periodistas del mundo de la tecnología, de los directores de comunicación de operadores o multinacionales, de los ejecutivos de esas agencias que creyéndose ignorados sudan por conseguir nuestra atención o una fugaz respuesta.
Como si fuéramos uno, me he sentado frente al teclado sin intención de hacer una necrológica en busca de mis propios sentimientos, que sé que tienen eco. JuanMa Sáez, director de la revista Byte TI y Editor de Publicaciones Informáticas MKM, ha sido compañero de todos los que hemos echado canas de avión en avión, de rueda en rueda, de entrevista en entrevista, de data center en data center, de Pc en Pc… volatilizados en formato datos a través de fibra óptica, de Bluetooth, de 3 o de 4G. Amigo de sonrisas y lágrimas, paciente acompañante de un día de compras en cualquier rincón del Planeta, cómplice de un comentario impertinente y por lo bajo en una mesa, ‘partner’ de muchas risas, de ilusiones compartidas, de proyectos no infundados.
Con el espíritu de las grandes viejas plumas, sabía ser tan silencioso como elocuente, tan distante como aliado, tan sobrado como cercano: un periodista de casta. Sobre su trabajo, poco puedo añadir que no haya escrito ya su mano derecha, Manuel Navarro, por quien palpitaba -bien lo sabe él-. Manuel era su tranquilidad, esa persona en quien depositas confianza ciega y que nunca te defrauda, la rueda del engranaje que te permite dedicarte ‘a otras cosas’, hasta a morir en calma.
Lágrimas contenidas
Primavera de 2019, escuché el móvil y leí de reojo y al volante: Juan Manuel Sáez. Nos sentamos en una terraza de Príncipe de Vergara, donde años atrás cuentan que estuvo el Diario Madrid. No era algo raro, a veces hablábamos de llevar a cabo proyectos conjuntos, pensé que era, sencillamente, un café de trabajo. Superando su inquietud, alardeando de fortaleza y buscando consejo de quien sabía que podía adivinar lo que sentía (experiencia nunca deseada), me entonó un preludio de muerte. Hablamos con tranquilidad, como si proyectáramos la portada del día siguiente; analizamos las posibilidades y planteamos un reto que, irremediablemente, debía tejer con los potentes mimbres que tenía: su mujer, sus hijos, su familia.
Por supuesto que había preocupaciones y había miedos: por él, por la empresa, por los suyos. Pero el tiempo le dio espacio para convertir sus cuitas en orgullo, en proclamada admiración por Nacho y por Patri, sus hijos; en ese amor que va más allá del agradecimiento por Rosa, su mujer; en palabras furtivas de cariño que dejó caer, a su modo, a los amigos.
JuanMa: dicen que al cielo se llega de hoyo en hoyo, repasando los rabazos que diste en los bunker de la vida, creciéndote ante un drive memorable (tal vez ese día en que te ocupaste de tus padres o de esa tía a la que tanto querías), putteando en un green en cuesta que en cada golpe nos recuerda aquello que preferimos olvidar o haciendo bandera por la medalla que te apuntaste como educador, como jefe, como ser humano.
Nunca fui a tu torneo de golf, al que tantas veces me invitaste: pero no te quepa duda, algún día jugaremos esa partida. Tú ve tirando bolas para no perder el swing, no se sabe cuándo llegará el momento, pero te llamaré para decirte “venga tío, que te estoy esperando en el tee”.
Por Pilar Bernat, directora de zonamovilidad.es