Recuerdo cuando, hace años, uno sabía lo que estaba ocurriendo en su ordenador. Y les habla alguien que escribió su primer programa el año 1968 (sí, soy un vejete especializado…). Durante largos años, he controlado lo que había en mi ordenador y lo que éste hacía. Ahora ese lujo parece ya imposible incluso para viejos especialistas como yo.
Para poder ser usados por todos, los ordenadores hacen ahora lo que les viene en gana. Las herramientas que “facilitan” (es un decir…) el uso de los ordenadores por parte de todos los usuarios sirven también para otros cometidos brillantes y, la mayoría de las veces, completamente ocultos.
Por una parte, para “facilitar” la vida de todo tipo de usuarios, los ordenadores y sus aplicaciones toman ya el control de todo lo que ocurre. Nada que objetar a eso, ya que muchas veces hacen cosas porque se lo indica su “programación” interna pero, por otra parte, también toman el mando para forzar a que se usen precisamente las herramientas que uno u otro fabricante prefiere que se usen… aunque nadie sepa ni el cómo ni el porqué. Esoterismo puro se llama la imagen.
Por ejemplo, desde hace muchos años no uso el Outlook ni, por seguir con el ejemplo de Microsoft, otra versión del Office posterior a la de 2007 (y en realidad me basto con la de 2003). Básicamente no me hace falta actualizar a la última versión del Office (ofrece posibilidades que, simplemente, nunca usaré y que suelen empañar las funcionalidades de versiones que sí sé usar y con las que me siento satisfecho), pese a que Microsoft decida que, por su propio interés crematístico, yo deba pasar a versiones que no voy a usar y que, además, me molestan.
Las herramientas que “facilitan” (es un decir…) el uso de los ordenadores por parte de todos los usuarios sirven también para otros cometidos brillantes
En los últimos tiempos parece que (por poner un ejemplo siempre con Microsoft), esa compañía me ofrece el Microsoft 365 aunque yo siga usando el Microsoft Office de 2007. Simplemente no me interesa para nada el famoso Microsoft 365 (del que, por cierto, para usarlo basta con dar una tarjeta de crédito donde, al cabo del supuesto mes de prueba… me cargarán 99 euros no sé a santo de qué ya que sigo usando el Office de 2007 que debería incluir funcionalidades parecidas o incluso superiores).
Y que conste que el de Microsoft era sólo un ejemplo de entre los muchos posibles… Cuando (por poner otro ejemplo) quiero activar mi impresora, HP ha decidido ofrecer en un mismo paquete tanto el controlador de mi vieja impresora, como otras herramientas de acceso de las que es un buen ejemplo, la “compra de consumibles” para la impresora (para la cual procede por su cuenta y riesgo, y sin mi autorización…, a un análisis de la tinta todavía disponible en mis cabezales) y, evidentemente, me recomienda comprar por Internet a la mismísima HP esa tinta que me falta (supongo que a estas alturas todo el mundo sabe que el negocio está en vender tinta que no impresoras… Y más cuando esa tinta se paga a precio de oro, como ocurre con el precio del café de las cápsulas Nespresso).
Hace poco he adquirido un nuevo ordenador portátil y he sido testigo de todo lo que acabo de escribir. Incluso me da apuro usar la nueva máquina ya que me complica la vida para instalar todo lo que sí suelo usar: Office 2007, una HP Deskjet 3050 conectada por cable, un gestor de correo que hace décadas vengo usando y responde al nombre de Thunderbird, etc. Mi guerra ha sido con el sistema: desinstalar subsistemas como el Microsoft 365, no instalar el Outlook (nunca me ha parecido suficientemente seguro…), invalidar otras opciones (sigo como usuario del Dropbox y abomino de eso que Microsoft quiere que use y que se llama One Drive) y así un largo etcétera.
Esa es la ignorancia a la que se refiere el título: hoy no sé lo que se ejecuta en mi ordenador y analizarlo supone un largo tiempo de análisis y reflexión simplemente para descubrir aquello que no he querido usar nunca y que, perdonen mi tozudez, sigo empeñado en no usar…