Los expertos vaticinan que las generaciones futuras estudiarán este periodo del siglo XXI como un punto de inflexión entre la “era preCOVID” y la “era postCOVID”, sobre todo por los importantes efectos que ha tenido la pandemia, que marcarán la transición hacia un nuevo orden económico y social. El fin de la pandemia no va a suponer la vuelta al trabajo tal y como lo concebíamos antes pues el teletrabajo, ha introducido un nuevo modelo en las relaciones laborales. Pero España es un país con larga tradición presencial donde décadas atrás donde el modelo de “fichar” era la forma habitual de controlar a los empleados. Ahora este nuevo modelo híbrido (presencial-teletrabajo) deberá traducirse en un cambio drástico en la cultura corporativa.
Las nuevas relaciones laborales apuestan por promover la empatía, la creatividad y la colaboración, como valores esenciales para las empresas obligadas a tener actualizado internamente tanto el talento, como la tecnología. Antes de esta situación, las empresas competían por captar talento, pero la pandemia ha hecho más difícil afrontar los desafíos de atraer y sobre todo, retener talento.
España es un país con larga tradición presencial donde décadas atrás donde el modelo de “fichar” era la forma habitual de controlar al empleado
El cambio de modelo ha convertido al empleado en protagonista más que nunca. Un candidato interesado en buscar trabajo, se va a decantar definitivamente por una u otra compañía, analizando aspectos cualitativos que diferencien la oferta de una empresa de otra. Más allá del salario o del ambiente laboral, cada vez hay más trabajadores preocupados por su desarrollo profesional, por la formación y la conciliación familiar. Hasta hace apenas unos años, la gestión del talento no era un tema estratégico, pero los altos niveles de competitividad han hecho tomar conciencia de la importancia que tiene disponer de equipos comprometidos y motivados con el proyecto del que forman parte.
La cultura emocional de las organizaciones forma parte de las prioridades de muchos perfiles profesionales, donde se valora el reconocimiento personal, la formación y capacitación profesional. Todo ello forma parte de incentivos no monetarios que las nuevas generaciones demandan y valoran más cada día.
Han cambiado muchos conceptos y otros están en vías de hacerlo. Las empresas se ponen en el escaparate, muestran su cultura interna, sus valores. Los jóvenes valoran su libertad personal, por lo que esperan tener poder de decisión sobre la prevalencia que debe tener el trabajo en sus vidas. Se empieza a cuestionar la idea de que el trabajo ha de tener prioridad sobre todos los demás ámbitos vitales y se preguntan: ¿Por qué tenemos que organizar nuestras vidas personales alrededor de unos patrones laborales fijos, cuando muchas de las actividades se pueden realizar con flexibilidad?
Las empresas deben implantar una cultura corporativa innovadora, algo que se mide mal allá de sus simples inversiones en tecnología, sino por el propósito, valores, o la mejora en el proceso de toma de decisiones. En una sola década se han producido tantos cambios, como en la industrial a lo largo de un siglo, pero esto no ha hecho más que empezar