Por razones de edad, puedo ya disfrutar de los viajes y estancias del IMSERSO. Recientemente, eso me ha permitido, entre otras cosas, hacer una especie de “cata” o prueba de diversos periódicos ya que, estando fuera de casa, no he tenido acceso habitual al periódico al que (todavía) estoy suscrito. Así he leído, un día tras otro, diversos periódicos (me refiero a los clásicos, a ésos que se imprimen en papel…) como La Vanguardia, El País, El Mundo, La Razón o ABC. Voy a comentar algo, leído en uno de ellos, que me pareció sumamente acertado.
Se trata de El País, un periódico que no suelo leer ya que no me gustan los periódicos torpemente alineados con una única opción política. Prefiero una mayor objetividad (al menos aparente…), aún sabiendo que ése es un deseo casi siempre incumplido. Pero sí es justo reconocer que El País tiene buenos articulistas.
En El País del 24 de febrero me encontré con un artículo que me resultó sumamente interesante. Se trata del texto que publicaba Moisés Naím, un escritor y columnista venezolano, precisamente con el título que encabeza este Temporal: “¿Usted en quién confía?”.
La tesis del breve texto se resume en el destacado: “No creemos en el Gobierno ni en los expertos, pero sí en mensajes anónimos que llegan por las redes sociales”. Naím destaca como hoy la desconfianza y el escepticismo son la norma… excepto cuando se constata que nuestra credulidad frente a ciertos mensajes que nos llegan por Internet es máxima. Aún cuando esos mensajes sean anónimos.
Siempre me ha causado sorpresa la facilidad con la que, en esas llamadas “redes sociales”, se reenvían mensajes de todo tipo
Como dice Naím, “basta que ese mensaje refuerce nuestros ideales y creencias para que ignoremos la barrera de escepticismo con la que nos protegemos de las mentiras y manipulaciones”. Y, tal vez por ese refuerzo a nuestra ideología, prescindimos de la opinión de expertos mejor informados. Naím pone el claro ejemplo del absurdo y peligroso movimiento mundial de rechazo a las vacunas y, también, el del inicial rechazo a la vinculación entre tabaco y cáncer (éste claramente promovido por las tabacaleras que con ello “defendían” su negocio), aunque hay muchos más.
Siempre me ha causado sorpresa la facilidad con la que, en esas llamadas “redes sociales”, se reenvían mensajes de todo tipo. Debe ser exageradamente fácil. ¿Qué pretende quién activa ese reenvío? No se me oculta el tipo de motivaciones que puede tener quien genera originalmente el mensaje (se puede preguntar qué opina de ello una persona como Hillary Clinton que sufrió en sus propias lícitas ambiciones el interés de ciertos hackers [y de quién les mandaba…] por destrozar su campaña electoral). Pero los que reenvían el mensaje, los que, en definitiva, colaboran a la extensión de bromas de mal gusto e incluso de evidentes fake news malintencionadas, ¿qué pretenden?
Tal vez se trate tan solo de querer formar parte de algo conocido y de acceder a una mínima fracción de esos presuntos quince minutos de fama que Andy Warhol pretendió otorgar como cuasi-derecho a todos y cada uno de los seres humanos. Apañados vamos si todos hemos de tener nuestro segundo de fama y “reconocimiento”. Aunque sea en Internet. Basta recordar que en el planeta somos más de siete mil millones y, según parece, con una exagerada proporción de personas que actúan como inconscientes y memos “reenviantes” de mensajes de padres desconocidos.
Sea como sea, lo cierto es que el reenvío de mensajes dudosos y la forma acrítica como son aceptados se constituye en un verdadero problema de nuestros días.
Primero fueron el derecho de copyright y la privacidad, pero ahora la creciente digitalización empieza a afectar también a la credibilidad. En una época de recelos y escepticismo parece que perdemos todos nuestros controles críticos ante informaciones no contrastadas que nos llegan por WhatsApp, Facebook o Instagram. Tal vez la facilidad de esa difusión y redifusión de informaciones sin garantías sea ya un signo característico de nuestro tiempo. Ojala no lo sea también de nuestro futuro…