El del transhumanismo no parece ser mi tema. No creo en ello. Simplemente, en mi época, no usábamos el “palabro”. Esa idea de, gracias a la tecnología, “transcender” de alguna manera lo humano me parecía, de entrada, sumamente complicada cuando incluso saber de lo humano se nos hace cada día más difícil (y lo resolvemos peor…).
Hace años que suelo decir que la tecnología (algo siempre inmanente a lo esencialmente humano) dispone de dos caras casi siempre opuestas.
Por una parte está la parte brillante, la novedad, aquello que nos lleva a querer usar la tecnología (eso es, en una sociedad marcadamente capitalista como la que vivimos, lo que se destaca al inicio). Todo aquello que parece bueno en la tecnología y reclama nuestra atención e interés.
Pero la tecnología dispone también de un lado oscuro (como si fuera una especie de “fuerza” misteriosa y mágica como la de Star Wars…), ese lado oscuro, a veces incluso tenebroso, que sólo aparece con el uso y que, tal vez de haberlo conocido con antelación, nos hubiera llevado a ser más críticos con nuestra aceptación tan a ciegas de las novedades tecnológicas.
Por poner sólo algunos ejemplos, disponer de automóviles está bien pero nadie, hace un siglo, nos había hablado de que, por usarlos en la forma como los usamos, habría dos o tres mil muertos al año en España sin contar los muchos lesionados, tetrapléjicos incluidos, que nos aporta la tecnología del automóvil. O la adicción a la televisión (sí, también a los videojuegos que ahora está de moda, pero, ¿por qué nadie nos recuerda ya la adicción a la televisión? Será que somos ya “seres televisivos”, habiendo “transcendido” nuestro estatus original…). Y tantos y tantos otros ejemplos posibles.
El transhumanismo emparenta con la ciencia ficción por aquello de las nuevas especulaciones posibles gracias al uso de la biotecnología o las infotecnologías que la ciencia ficción no ha dejado de usar.
Ahora parece haberse puesto de moda hablar de transhumanismo. Generalmente lo hacen aquellos (algún que otro “sociólogo” francés…) que se las dan de menos de hablar de temas de ciencia ficción que les parecen poco cultos y “elevados”. Pero, para su desgracia, son los temas de ciencia ficción los que han llevado a la idea de transcender lo humano y superar nuestras propias barreras como especie.
Algunos temas como la robotización, la prolongación de la vida, el llegar a edades impensadas hasta hace pocas décadas, la dependencia de las máquinas, la manipulación de los genes, el efecto del big data, y algunos más componen un posible cambio tal vez trascendental que hoy se engloba genéricamente bajo el término “transhumanismo” y procede de viejas ideas (llevo ya unos sesenta años leyéndolas…) de la más clásica ciencia ficción.
Sirva como primer ejemplo sencillo el clásico Man Plus (1976) de Frederik Pohl en la que se modifica físicamente a un humano para adaptarle a poder vivir en la superficie de Marte. Curiosamente, sólo 17 años más tarde, Greg Bear en Marte su mueve (1993) lograba el mismo efecto con una pócima nanotecnológica que llenaba el cuerpo de nanobots que lograban esa adaptación a un ambiente marcadamente hostil como es el de Marte.
O la trilogía de Nancy Kress iniciada con Mendigos en España (1993) en la que el deseo de unos padres ricos de ofrecer un mejor futuro a su hija hace que pidan a un genetista que altere los genes de la nena para que ésta no tenga que dormir. Evidentemente, disponer de ocho horas más al día para estudiar, trabajar, hacer negocios o lo que sea acaba creando una nueva subespecie, los Insomnes, que alteran todos los usos sociales conocidos convirtiéndose en la nueva élite que rige el mundo.
Y así infinidad de ejemplos. Algunos incluso aplicables a lo más simple del transhumanismo.
Recuerdo haber debatido con mi padre, gran amante de la ciencia ficción como yo, si el hecho de llevar gafas nos convertía en ciborgs. Al final concluimos que eso no nos hacía ciborgs todavía pero nos acercaba a ello. Algo de transhumanos ya teníamos…