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Vivimos en una nube

En 2007, parecía el sueño de dos estudiantes graduados del MIT, el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Me refiero a Drew Houston y Arash Ferdowsi, los creadores de Dropbox, uno de los primeros usos populares de la «nube».

Ahora, incluso empresas ancladas en el pasado por sus sistemas de comercialización como Apple (ver el Temporal del BYTE 193, de abril de 2012), han entrado en la «nube» con el iCloud anunciado el 6 de junio de 2011 en el Congreso de Desarrolladores Globales de Apple (AWWDC, por sus siglas en inglés).

La suerte ya está echada: la «nube» está aquí y parece que para quedarse.

Los estudiantes del MIT pretendían, más bien modestamente, evitar llevar consigo las USB en las que almacenaban sus ficheros. Si esos ficheros estaban en la red, simplemente estaban con ellos siempre que dispusieran de un dispositivo para conectarse a la red. Eso es todo. Y es mucho…

Con el tiempo, se ha establecido esta nueva metáfora de la red a la que hoy llamamos «nube». Evidentemente, nos referimos a la infraestructura de la red (servidores incluidos) pero con un nombre menos tecnológico y más popular.

Es más fácil hablar de nube que referirse a la red, aun cuando eso puede tener efectos colaterales contraproducentes.

La red es una referencia tecnológica y, como tal, podría incluso ser considerada segura. La «nube», en cambio, nos retrotrae a algo impreciso, indefinido, volátil y más precario en su continuidad o su posible devenir en lluvia. Tal vez por ello, la «nube» pueda levantar sospechas sobre su seguridad y sobre aspectos sumamente importantes como la confidencialidad y la defensa de la privacidad.

Hablar de la «nube» es usar una metáfora popularizadora pero que, inevitablemente, despierta viejos temores. ¿Están seguros mis datos en la nube? ¿Van a poder ser vistos por alguien más? ¿No pueden ser alterados o robados?… Viejas preguntas que no tienen otra respuesta que el inevitable «tal vez».

Supongo que, a estas alturas, todos deberíamos ser conscientes de que no existe la seguridad al cien por cien. Y, evidentemente, si en nuestros ordenadores los datos y ficheros están siempre en peligro de ser amenazados por un hacker voluntarioso que se empeñe en ello, es inevitable pensar que, en la nube, ese peligro crece.

Y, pese a todo, seguimos teniendo datos que consideramos privados y secretos en nuestros ordenadores y ahora en la nube. Y eso, al menos para mí, es la más clara demostración de que, evidentemente, no creemos que deban ser secretos ni privados o, tal vez, que todos nos apuntamos implícitamente a ese «dentro de cien años, todos calvos» que viene a recordarnos que lo que hoy nos parece trascendente, con los años dejará de serlo. En definitiva, todo eso del secreto y la privacidad no deja de ser algo relativo.

Pero, volviendo a la nube, lo cierto es que ya estamos usando esa aparentemente nueva posibilidad de Internet que, si hemos de ser sinceros, no es tan nueva. A mediados de los años noventa se hablaba ya de los NetPC (anunciado, por ejemplo, por IBM en la PC-Expo de Nueva York en junio de 1997, hace ya más de quince años…), esos ordenadores sin disco duro que, conectados a la red, encontraban en ella el software y los datos con los que funcionar. Hace años me atreví a decir que ese proyecto llegaba tarde ya que, incluso por aquel entonces, el precio de los discos duros era muy bajo y su capacidad creciente. Por eso auguraba un escaso futuro a ese NetPC.

Me equivoqué. Por otros caminos, es cierto, pero estamos llegando a un posible «retroceso» por el cual encontramos software y datos en la «nube» y relativizamos la potencia de almacenamiento en nuestros ordenadores cuando la podemos cifrar ya en los Gigas y los Teras, y siempre a un precio módico. Ahora, seguimos pagando poco por la capacidad de almacenamiento de nuestros ordenadores, pero pagamos más, mucho más, a las empresas   que nos ofrecen acceso a la red donde lo tenemos todo…

Curiosa constatación pero, me temo, inevitable en los tiempos que corren.

Estamos en una nube. Hace años esta frase significaba algo rotundamente distinto, ¿no lo recuerdan?

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