Esther llevaba un par de horas inquieta. Esa charla que le habían dado en el colegio le hizo obtener la respuesta a la pregunta que le hacía todo el mundo desde hacía unos años. ¿Qué quieres ser de mayor? Ella sabía que las matemáticas y la física se le daban muy bien. Siempre quedaba por delante del resto de compañeros de clase. Tanto que, por mucho que se picasen con ella, nunca conseguían superarla.
Pero a ella, lo que realmente le gustaba era destripar ordenadores. Todavía podía recordar lo que sintió cuando, con cinco años, cogió un destornillador de la caja de herramientas y descubrió que la torre que había en su casa tenía en su interior mucho cable y ¡un ventilador! A su hermano Mateo también le gustaba eso de la tecnología, pero, en su caso, le atraía más el mundo de los videojuegos y de las aplicaciones. Pasado un tiempo, los intereses de ambos empezaron a confluir y Mateo le descubrió a Esther el mundo de la programación. Con unos conocimientos básicos empezaron a desarrollar sencillas aplicaciones para gastar bromas al resto de la familia y amigos.
Pero Esther sabía que sus padres tenían para ella planes diferentes. Julia y Antonio eran los dueños de una pescadería situada a pocos metros de su casa. El negocio era reconocido en todo el barrio. Sus abuelos lo pusieron en marcha a finales de los años 40 y ahora eran ellos los encargados de regentarlo. La calidad del producto y la amabilidad que desprendían sus padres eran la seña de identidad de un negocio que permitía vivir a la familia sin estrecheces. Gracias a ello, se podían dar más de un lujo. Y Esther sabía que la heredera natural del negocio familiar era ella.
Pero Esther no quería vivir el resto de su vida rodeada de merluzas, boquerones y mejillones. Julia y Antonio creían que, dada la facilidad que tenía para los números, la niña podría llevar muy bien el negocio. Además, era responsable y organizada con lo que el futuro de la pescadería estaba garantizado una vez que ellos se jubilaran. A su hermano Mateo, que también tenía facilidad para eso de las matemáticas, sin embargo, le habían reservado una carrera en la Universidad y dado que la economía familiar lo permitía, a ser posible, en el extranjero.
Yo quiero ser CISO
Su profesor de física, Javier, además de enseñarles la ley de la gravedad o el principio de Pascal, también era un loco de la tecnología. Así que, gracias a vídeos de Youtube o diferentes aplicaciones que no se sabía muy bien de dónde sacaba, siempre ponía ejemplos prácticos de lo que la tecnología ayudaba en el mundo de la física. Pero ese día fue diferente. “Hoy van a venir cuatro mujeres a hablaros de lo que es la ciberseguridad”, dijo a sus alumnos.
Esther había oído hablar de los virus, pero ni ella ni su hermano le daban importancia al tema. Eso era algo que les pasaba a otros. A fin de cuentas, ¿a quién le iba a interesar lo que hicieran un par de adolescentes? A pesar de que la temática de la charla no le atraía mucho, algo llamó su atención. “¿Cuatro mujeres?” -pensó- “¿Por qué cuatro mujeres? ¿Los hombres no se dedican a cazar virus?”
Una vez que se sentaron todos, Javier hizo pasar al aula a las cuatro invitadas. “Os presento a Elena García, CISO de Indra; Olga Forné, CISO de Mediapro; Ana Salazar, Security Manager de Hijos de Rivera y Araceli González, Digital Forensics & Incident Response de Valeo. Ellas os van a hablar del trabajo de CISO.
Cuatro expertas en cazar virus. Esther empezó a pensar que aquellas cuatro mujeres que tenía delante eran como las virólogas que, por el coronavirus, a veces aparecían en los informativos que ponían sus padres a la hora de la comida. Pero, claro, éstas atacaban a los virus de los ordenadores y de los teléfonos móviles. Así que la atención quedó fijada en la primera de ellas. Olga les explicó que “CISO es la persona que trabaja en una empresa y tiene la responsabilidad de cuidar de toda la información. No sólo los documentos en papel, sino las videoconferencias, las páginas web, o las aplicaciones móviles para que estén protegidos frente al robo o hackeo que puedan llevar a cabo ciberdelincuentes. Somos como los cuerpos de policía que evitan que los malos ataquen nuestros portátiles, móviles, tabletas u otros equipos”.
Policía y ordenadores… esa charla empezaba a ser más que interesante. Pero Esther todavía no comprendía bien por qué se les llamaba CISO, en vez de policía de ordenadores, hasta que Ana Salazar les explicó que la palabra CISO eran unas siglas que en inglés significaban “Chief Information Security Officer, lo que es algo así como oficial principal de seguridad de la información”. Además, Ana les contó que su trabajo consistía en algo parecido a lo que hacían las personas que se dedicaban a la enfermería: “Ahora, están poniendo vacunas contra el coronavirus. Pues nosotras cuatro nos encargamos de poner las vacunas en los equipos informáticos para que esos virus no infecten los ordenadores. Además, implementamos sistemas que sirven para detectar los posibles problemas de seguridad. Muchas veces, estos sistemas trabajan de forma automatizada de tal forma que no interviene ningún ser humano y así podemos adelantarnos a los problemas. Algo parecido a los tests de temperatura que hay en las entradas de algunas tiendas para detectar si alguna persona tiene fiebre”.
Esther todavía no comprendía bien por qué se les llamaba CISO, en vez de policía de ordenadores
La fascinación de Esther crecía por momentos. Nunca se le hubiera ocurrido pensar que había personas trabajando para impedir que los ladrones atacaran los ordenadores. No podía dejar que siguieran hablando sin saber quién les había dicho que hubiera un trabajo “to molón”. Así que, levantó la mano.
Javier, el profesor, que era consciente de que Esther iba a ser la primera en mostrar interés por el tema, le concedió la palabra: “¿Quién os dijo que existía ese trabajo? ¿Cómo empezásteis a trabajar en esto de proteger ordenadores?” Entonces descubrió que todas ellas llegaron a ese mundo por casualidad. Al igual que ella, al principio tampoco sabían que era eso de ser CISO. Así, Araceli González contó que “cuando empecé a estudiar informática no sabía ni que existía mi actual puesto de trabajo. Lo que más me atrajo de este mundo fue la falta de monotonía y el constante reto que supone. Además, me encanta investigar y, en este punto, la ciberseguridad te da un abanico enorme de posibilidades”. Pero es que también Elena García había llegado por casualidad a un trabajo que luego descubrió que le apasionaba porque “tiene tareas que afectan a las personas, a los procesos y a la tecnología. El reto que supone definir e impulsar acciones en esos tres ejes, en un mundo en el que hay una constante evolución de amenazas y medidas de protección, hacen que el trabajo en ciberseguridad sea muy atractivo y estimulante».
Esther lo tenía claro. Quería ser CISO. Elena, Olga, Ana y Araceli le habían abierto los ojos a un mundo desconocido, apasionante. Un mundo en el que cada día iba a ser diferente. Un mundo divertido.
Esther tiene que ser pescadera
Llegar a su casa y planteárselo a sus padres iba a resultar lo más difícil. A fin de cuentas, la pescadería era el negocio que habían impulsado sus abuelos y al que sus padres pusieron todo su cariño. Pero Esther estaba decidida. Ella iba a ser CISO.
Como todos los días a la hora de comer, Esther llegó la primera a casa. Su padre entraría por la puerta para calentar la comida mientras esperaban a que llegara su madre que se encargaba de cerrar la pescadería y contabilizar la caja de la mañana. Cuando Antonio llegó, Esther estaba nerviosa. Conocía de antemano la cara que iba a poner su padre en el momento en el que le diera la noticia. Esperó a que la mesa estuviera puesta y se lo dijo.
– Papá, de mayor voy a ser CISO.
– ¿Que vas a ser qué? -le respondió atónito su padre.
– CISO, papá, voy a ser CISO.
Su padre no daba crédito a lo que estaba contando la pequeña. “CISO, ¿qué demonios es eso?”, pensó. No dejó que se lo empezara a explicar porque en aquel instante, Julia aparecía por la puerta.
– ¡Julia! ¡La niña quiere ser CISO! -gritó a la mujer en el momento en el que Julia pisaba la cocina- Eso es por todas las tonterías que le metes en la cabeza. Que si las mujeres pueden hacer lo mismo que los hombres, que si se le dan muy bien las matemáticas… la niña lo que tiene que ser es pescadera.
Julia, tampoco sabía qué era aquello de ser CISO, pero siempre fue consciente de que su hija no iba a heredar nunca el negocio familiar. Intentó templar la situación.
– Bueno, Antonio, vamos a escuchar primero qué es eso de ser CISO. Sentémonos a comer.
Mientras empezaban a comer, Esther, emocionada, empezó a relatar lo que esas cuatro mujeres habían contado en la charla del colegio:
– Mirad, es algo muy divertido. Por ejemplo, Olga, trabaja en Mediapro. Una de las empresas que emite el fútbol, papá. Esa chica nos ha contado que, ahora mismo, hay muchos cibercriminales que son como los ladrones que te pueden robar en la pescadería, pero que éstos lo hacen a través de los ordenadores. Y ella ha dicho que ahora los ciberdelincuentes son cada vez más profesionales y que cada vez hay más.
Antonio no entendía qué tenía que ver el fútbol con los ordenadores y con ladrones que robaban a través de ellos. Julia, por su parte, sólo veía la ilusión reflejada en la cara de la joven.
– Pero es que también estaba Ana, que trabaja en Estrella Galicia, la empresa de las cervezas que tú te tomas. Y nos ha contado que ahora hay una guerra cibernética entre países y que se usa la inteligencia artificial para atacar o defenderse y que en España nos defienden unos militares que no llevan armas pero que están detrás de los ordenadores y que forman parte del Mando Conjunto de Ciberdefensa.
Aunque seguía sin entender qué era lo que estaba relatando Esther, a Antonio, el hecho de que trabajaran militares en eso le apaciguó. Al menos, su hija no estaba hablando de “esas cosas que veía en el Youtube”. Así que dejó que continuara sin interrumpirla. Esther siguió contando:
– Elena, es CISO en Indra, la empresa que cuenta los votos en las elecciones. Ella nos ha dicho que las personas que trabajan en seguridad de la información ayudan a los trabajadores de la compañía a proteger los ordenadores y teléfonos que utilizan para trabajar. Les enseñan a guardar bien sus documentos y notas y también ayudan a impedir que los ladrones de información puedan coger datos de la empresa. Y luego, Araceli, que trabaja en Valeo, una empresa de recambios para coches, ha dicho que vivimos en un mundo cada vez más interconectado y que los ataques informáticos se han convertido en una gran preocupación para los gobiernos y son una parte más en la guerra entre estados. Así que yo voy a estudiar para ser CISO.
Madre y padre se miraron. Julia ya sabía lo que iba a decir el marido así que, antes de que pudiera articular palabra, se adelantó para preguntar a Esther si no quería ser la dueña de la pescadería. Un trabajo que ya sabía cómo funcionaba porque había ayudado muchas veces en la tienda y que, además, podría llevar mejor las cuentas que ellos dada la habilidad que la joven tenía con los números.
En ese momento, entró Mateo, su hermano. Su última clase terminaba tarde y en la mayoría de las ocasiones tenía que comer solo. Así que se sorprendió cuando vio a todos allí reunidos. Le contaron el motivo por el que la comida se había alargado y cómo los planes que tenían para Esther pasaban porque se hiciera cargo de la pescadería. “Mirad, papá y mamá -les replicó- Esther sabe mucho de esto. Conoce qué piezas componen un ordenador, sabe programar, se le dan bien las matemáticas… A mí también, pero no me gusta estudiar. Y yo sí quiero mantener la pescadería. Pero la pescadería, como la conocéis, no tiene futuro. ¿Qué sucederá cuando se mueran todas esas señoras mayores que son vuestras clientas? Los jóvenes ya no van a comprar ni a pescaderías ni a carnicerías. Tenemos que empezar a vender por Internet y yo sé cómo hacerlo y a mí eso me gusta”.
Julia y Antonio respiraron aliviados. Tampoco sabían cómo funcionaba aquello de vender por Internet, pero vieron que el negocio iba a estar seguro con Mateo, al menos una generación más.
– Muy bien, hija. Quieres ser CISO, pues serás CISO. Además, me gusta porque es una profesión de chicas -dijo su madre mirándola a los ojos.
– No, mamá. Eso es algo que le pregunté a Javier, el profesor, que si los hombres no cazaban virus. Y me contestó que no, que la mayoría de los CISO son hombres, pero que las chicas podemos proteger los ordenadores de una empresa o defender un país de ciberataques igual o mejor que los chicos. Y que, por eso, ha llevado a cuatro mujeres a la charla, para que las chicas de la clase no creamos nunca que no podemos hacer algunas cosas -respondió Esther.