Nunca pensé que con 16 años tendría que aprender a andar y mucho menos que sería con una prótesis robótica de 5 kilos que controlaría desde una aplicación móvil. Lo cierto es que hoy en día tenemos todo a golpe de clic. Igual que pido comida a domicilio, busco ofertas de empleo o cuelgo una foto en redes sociales, con tan solo pulsar un botón, mi pierna pasa de “modo bicicleta” a “modo caminar”. Hasta los más analógicos desenfundan sus Smartphones del bolsillo y se pasan horas colgados al Whatsapp. No podemos negar que lo digital nos ha cambiado la vida. Las nuevas tecnologías han configurado la manera en la que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. Nosotros, las personas con discapacidad, nos beneficiamos directamente de esta digitalización. Sin ir más lejos, yo no podría hacer ni la mitad de las cosas que hago sin una prótesis.
Sin embargo, durante los últimos meses, debido a la crisis de la COVID-19, la revolución digital se ha acelerado y muchas de las problemáticas ya existentes han salido a flote ahora que lo digital ha sido la única ventana al mundo. Hablo de la brecha digital que afecta al 45% de las personas con discapacidad, según un reciente informe de Fundación Adecco. Existen barreras de índole económico, formativo y social que siguen lastrando la inclusión de las personas. Porque aunque las nuevas tecnologías sean para nosotros aliadas imprescindibles en la normalización y mejora de nuestra vida, lo cierto es que todavía existen grandes barreras.
Seguro que nunca te has dicho: “que afortunado soy de poder caminar”. Yo me lo repito a diario. Aunque sea con una pierna que no es mía, tengo la suerte de ser independiente, autónoma y llevar una vida plena gracias a los avances médicos y tecnológicos, pero también a la indemnización que recibí tras el accidente. El coste de mi prótesis para caminar es de 70.000 euros, la de correr son 20.000 euros, una barrera económica que sin esta compensación no hubiera podido sortear.
Hay que reivindicar la importancia de las nuevas tecnologías como motor de inclusión social y laboral de las personas con discapacidad
En las jornadas de sensibilización que imparto con la Fundación Adecco, siempre hablo de la importancia de nuestra actitud y de cómo todo cambia con la manera en que nos enfrentamos a la vida. No podemos decidir que nos suceda siempre lo mejor, pero sí sacar lo mejor de todo lo que nos sucede. Es lo que aprendí con 16 años, cuando mi vida dio un giro radical. Entendí que la cabeza nos limita mucho más que el cuerpo y que, quizás, solo nos damos cuenta en situaciones extremas.
La cuarentana nos cogió a todos por sorpresa y tuvimos que aprender a adaptarnos. En mi caso, tuve que aparcar mi pierna deportiva, más por obligación que por placer, y con esta pausa valoré todo lo que esa prótesis me ha aportado en los últimos años. No imagino cómo hubiera sido este largo camino sin la tecnología. Ni en mis mejores sueños imaginé que el deporte volvería a ser la columna vertebral de mi vida.
Por este motivo, hoy, Día Internacional de las Tecnologías Apropiadas, quiero aprovechar este espacio para reivindicar la importancia de las nuevas tecnologías como motor de inclusión social y laboral de las personas con discapacidad. Hoy más que nunca, nuevas tecnologías son una herramienta para mejorar la calidad de vida de las personas y reducir las situaciones de dependencia. Son el vehículo para avanzar hacia un futuro más igualitario e inclusivo. Y por ello, la accesibilidad universal es una prioridad si no queremos dejar a nadie atrás en una sociedad que nunca estuvo tan tecnologizada.
Desirée Vila. Embajadora Fundación Adecco