Escribo este Temporal a primeros de enero. Justo después de atender la, llamémosle, avalancha de peticiones de diversos periodistas interesados en cerrar el año con artículos que lo resuman o, en otros casos, con proyectar a mañana lo que supuestamente nos depara el futuro. Eso de ser informático y, además, especialista en la narrativa de ciencia ficción suele hacer que me llamen pidiendo mi opinión. Que suelo dar con gusto.
Por otra parte, fui invitado a la sesión de este pasado año de Ciència al Nadal (Ciencia por Navidad) que organiza para el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona) mi amigo Ricard Solé, catedrático de física de la UPF (Universidad Pompeu Fabra) pero que antes estuvo en mi universidad, la UPC (Universidad Politécnica de Catalunya). Este año, la sesión de Ciència al Nadal (algo así como las conferencias de divulgación científica que organizaba por Navidad, desde 1825, un físico famoso como Michael Faraday) tuvo a Ricard Solé como introductor, e intervenimos Ramón López de Mántaras (uno de los grandes especialistas españoles en inteligencia artificial), Elio Quiroga (autor de la novela Los que sueñan, premio Minotauro 2015 de ciencia ficción) y yo mismo.
Se habló en esta sesión (y con muchos de los periodistas que me llamaron a fin de año para que les ayudara en sus artículos) de las perspectivas de la inteligencia artificial (IA) en un futuro más o menos cercano. En abril de 2015 ya les hablaba del tema pero creo que vale la pena insistir, esta vez de manera sumamente directa e inconfundible (¡espero!).
El imaginario popular (que ha sido creado por la ciencia ficción, conviene no olvidarlo) sobre la inteligencia artificial se centra en lo que se ha dado en llamar “IA fuerte”, una hipótesis arriesgada que, en cierta forma, pretende igualar (o superar) la inteligencia general humana. Se habla entonces de estados mentales de todo tipo, de autoconsciencia de las IA’s, del corolario inevitable de la llamada “singularidad tecnológica” (¿qué haremos cuando existan IA’s con autoconsciencia y capacidades mentales como las nuestras? ¿quién diseñará el futuro común que nos aguarda?, etc. etc.).
Pero hay que saber que, aun cuando esa “IA fuerte” es el proyecto al que suele hacerse referencia sobre todo para disponer de fondos que financien la investigación en IA, lo cierto es que la mayoría de los esfuerzos de los investigadores en IA no se dedican a buscar esa “IA fuerte”.
La realidad es que los resultados que han conseguido los investigadores en IA se centran, mucho más prosaicamente, en lo que se denomina “IA débil”. Se trata así de obtener lo que Ramón López de Mántaras suele denominar como “sabios idiotas” (Idiot savants), programas que hacen muy bien una cosa (multiplicar, jugar al ajedrez, planificar rutas y un largo, larguísimo etcétera) pero son completamente inútiles en otros campos. Algo, en realidad, muy alejado de la multiplicidad de formas que tiene la inteligencia humana (verbal, numérica, emocional y, también, un larguísimo etcétera). Y lo cierto es que es precisamente en el campo de la “IA débil” donde se han obtenido grandes resultados desde los inicios de este campo de investigación en la famosa conferencia de 1956 en el Dartmouth College de New Hampshire. Fue allí donde John McMarthy acuñó el nombre “inteligencia artificial”, sumamente sugerente pero también equívoco, para el nuevo campo de investigación en informática.
La inteligencia humana (el referente casi único de inteligencia en 1956) tiene autoconsciencia, motivaciones, deseos y un montón de acompañantes más que están alejados de las posibilidades de la realidad de la IA actual (y me temo que seguirán estándolo durante mucho tiempo, siglos incluso…). Como bien decía John Haugeland (especialista del MIT en inteligencia artificial) en su libro de 1985: Artificial Intelligence: The Very Idea, el mismo nombre acuñado por McCarthy es demasiado pretencioso. Hubiera sido más comprensible llamarla “inteligencia ortopédica”. Eso es lo que hacemos, por ejemplo, cuando usamos una calculadora (autónoma, en un ordenador, en un teléfono móvil, etc.) para ayudarnos a hacer cálculos de manera más rápida y sin errores. Una ayuda ortopédica. Eso es la IA débil, la única que “funciona” por ahora.