A finales del pasado año nos hemos enterado de que, muy posiblemente, hackers rusos pueden haber intervenido en cierta forma en las elecciones presidenciales estadounidenses. Era de esperar y me temo que, dada la credibilidad creciente de esas llamadas redes sociales, algo así resultaba del todo inevitable.
Y a esa credibilidad quiero referirme.
Hace ya un par de décadas recuerdo como les contaba a mis estudiantes que no había que creer a pies juntillas todo lo que aparecía en la red. Al ser libre su uso también lo era para una de las actividades que más parecen gustar a los seres humanos: la mentira. O si quieren ser algo más diplomáticos: la tergiversación de la verdad.
Más tarde, cuando llegó la Wikipedia, resultó bastante difícil convencer a mis estudiantes (seguro que no lo logré…) de que no todas las afirmaciones de la Wikipedia eran ciertas. Con el tiempo me he convertido en defensor de las informaciones de la Wikipedia ya que está demostrado que convergen rápidamente a una verdad neutra (si es que eso existe…), mucho más velozmente que lo hacen las clásicas enciclopedias que existían impresas en papel y como fruto de la actividad de sólo unos pocos autores. Pero se mantiene el hecho de que siempre cabe tomar con una cierta prevención esas informaciones. Hacer entender a estudiantes universitarios que la Wikipedia no puede ser la única fuente de sus trabajos académicos creo que es una labor que no ha tenido hasta hoy excesivo éxito…
No voy a hablar aquí de Facebook, una empresa que vive de un curioso negocio del todo impensable hace un par de décadas. Facebook vive del negocio de vender las informaciones personales que sus usuarios le regalan libremente. Las informaciones proporcionadas a Facebook provienen de los propios interesados y todo lector de autobiografías sabe lo mentirosas que éstas pueden ser: siempre suelen dejar bien a sus protagonistas.
Hay un exceso de credibilidad respecto de las informaciones que se pueden obtener en Twitter
Pero sí hablaré de Twitter. Aparte de esa tontería de los 140 caracteres que, a mi entender, la invalidan como herramienta para expresar matices (y, a mi edad, se sabe que la vida está más repleta de matices que de cualquier otra cosa…), lo cierto es que hay un exceso de credibilidad respecto de las informaciones que se pueden obtener en Twitter.
He visto ya demasiadas veces rectificaciones en algún que otro periódico (y eso sin contar aquellos que no rectifican…) por haber publicado una “noticia” posiblemente sacada de Twitter cuando se comprueba, llana y simplemente, que no era cierta. Como en Internet, tendría que estar claro que cualquiera puede verter en la red y también en Twitter cualquier información, sea o no cierta.
No se me oculta que Twitter puede ser una fuente de información más rápida que la prensa escrita e incluso que la radio o la televisión. Pero todavía dudo del alto ritmo y la exagerada velocidad que le estamos dando al mundo en el que vivimos. ¿De verdad es tan importante saber algo con minutos u horas de antelación respecto a un noticiario de la televisión o la radio? ¿Vamos a reaccionar de alguna manera ante esas noticias? No me consta que las “movidas” económicas tengan buen espacio en Twitter y, si lo tienen, me parece que la mayoría de la población no las sigue, aunque ese fuera uno de los campos en los que la velocidad del conocimiento de la información podría resultar realmente útil y no sólo un chismorreo…
Por todo ello, la acción de los hackers rusos en las elecciones presidenciales estadounidenses parece lo menos importante. Sin la credibilidad que el público prestó a ciertas noticias derivadas de ese “espionaje” nada habría cambiado. Y lo más curioso es precisamente eso: la vulnerabilidad de las elecciones estadounidenses (y me temo que de cualquiera otra) ha residido en la credibilidad ciega de un público que ha aprendido a creer sin el mínimo espíritu crítico lo que se dice en la red y/o en Twitter.
La lástima es, seguro, esa grave pérdida del espíritu crítico. No los hackers rusos…