En noviembre se publicaba en España el libro Humillación en las redes (2015 – So You’ve Been Publicly Shamed) de un tal Jon Ronson (déjenme, sólo por diversión, usar una técnica que el mismo Ronson usa en su libro aunque sea el autor de, entre otros, un libro famoso llevado al cine: Los hombres que miraban fijamente a las cabras).
En ese Humillación en las redes, Ronson viene a decir que en las redes sociales (Facebook y, sobre todo, Twitter) puede estar renaciendo una práctica justiciera abandonada desde hace algún siglo: la de la humillación en la plaza pública. Se refiere el autor no a la inmediatez (proclive a todo tipo de tonterías…) que las redes sociales facilitan y de la que ya he hablado aquí alguna vez, sino al hecho de que esas mismas redes sociales puedan llegar a ser fuente de humillación pública. Una humillación que reproduce la clásica del escarnio en la plaza pública pero que, hoy, se construye de otra manera.
Los ejemplos que da al autor de humillaciones en esa nueva plaza pública que pueden ser las redes sociales, se basan a veces en valores que no comparto y en problemas que no me preocupan y, tal vez por eso, me siento un poco ajeno a todo ello. Al principio, el autor cita ejemplos de citas falsas y de autoplagio como grandes “pecados” que pueden, una vez publicitados en las redes, dar al traste con una carrera profesional.
Esa carrera profesional, en la mayoría de los ejemplos que cita Ronson, se refiere a periodistas. Como suele ocurrir, algunos periodistas siguen mirándose el propio ombligo y pensando que sus cuitas nos interesan a todos. Su oficio, transmitir noticias, acaba perdiendo peso ante otras de sus muchas actividades. Eso es algo que en este país conocemos bien ante la cantidad de periodistas que dejan de dar información para comentarla y dar interpretaciones de retazos de información en eso que hemos venido en llamar tertulias radiofónicas o televisivas. Suele haber en ellas mucho periodista y poco experto que sepa realmente de lo que está hablando. Incluso cuando se habla de política.
Y digo que me parece poco relevante ya que conceptos como la reputación profesional, el grave pecado que a los estadounidenses les parece el autoplagio y otras cosas parecidas que “explican” la mayor parte de ejemplos de “humillación en las redes” que usa Ronson en su libro, me parecen, sobre todo a mi edad, verdaderas nimiedades.
Pero hay algo que no parece ser voluntad de Ronson y que el libro deja entrever (por eso digo que conviene leerlo) y es ese mirarse el ombligo de los periodistas y, también, la banalidad última de las redes sociales. El libro transmite claramente el trasfondo que suele darse a lo que se dice en las redes sociales que, para algunos de nosotros, nunca resulta verdaderamente importante. Hablar de reputación profesional está bien en un mundo de competitividad feroz y en el que el máximo valor es ganar dinero, un dinero que se asocia obtenible gracias a esa reputación. No todos tenemos esos valores… Y no todos damos importancia a las redes sociales. Lo cierto es que todos los personajes de que habla Ronson en su libro, son totalmente desconocidos (al menos para mí y, me temo, que para la gran mayoría…). Sic transit gloria mundi que decía el clásico…
Aunque, para ser sincero, debo decirles que, en mi caso, eso de la humillación en las redes no me afecta. Además de lo que he contado hasta aquí, tengo una especie de seguro personal y me temo que intransferible: mi nombre.
Me llamo, como mi padre y como mi hijo, Miquel Barceló y ese es el nombre que usa también una persona más joven que yo y sumamente más famoso. Un artista, básicamente pintor pero que, entre otras cositas, aceptó que le hicieran una pared de barro para luego él darle todo tipo de puñetazos para dejar su huella…
Por eso, si alguien desea humillarme en las redes, el gran público se creerá que se humilla al Miquel Barceló pintor y yo, como me gusta, quedaré al margen. Quien avisa no es traidor…