Únete a la Comunidad de Directivos de Tecnología, Ciberseguridad e Innovación Byte TI

Encontrarás un espacio diseñado para líderes como tú.

Miquel-Barceló esperanza matemática

Frankenstein e hijos

En 2018 se cumple el bicentenario de la publicación de Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) de Mary Shelley.

Vaya por delante que esa obra es considerada como la primera novela de ciencia ficción, tal y como lo estableció el estudioso británico y autor de ciencia ficción Brian W. Aldiss en su libro Billion Year Spree: The True History of Science Fiction (1973). Y esa valoración ha sido aceptada por todos, al menos por aquellos a quienes les sirve la definición que hiciera de la ciencia ficción un autor y especialista como Isaac Asimov: “la rama de la literatura que trata de la respuesta humana a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología”.

El doctor Frankenstein, como tantos “científicos locos” del siglo XIX, también tiene un propósito que ha de otorgar un nuevo poder

El subtítulo de la obra de Mary Shelley tiene que ver con la voluntad prometeica de la ciencia. El doctor Víctor Frankenstein emula a Prometeo en una voluntad muy típica de la actividad tecnocientífica. Prometeo infringió la norma y dio el fuego (una clara novedad hasta entonces impensada…) a los humanos, lo que supuso, necesariamente, el enfado de los dioses que le castigaron de manera atroz.

El doctor Frankenstein, como tantos “científicos locos” del siglo XIX, también tiene un propósito que ha de otorgar un nuevo poder y una novedad sin cuento a la humanidad. En definitiva, osa unir trozos de cuerpos muertos para intentar infundirles de nuevo “la chispa de la vida” gracias a la electricidad, algo nuevo hace ahora dos siglos. El ser creado, la llamada “Criatura”, mezcla su ingenuidad natural con la grave incomprensión de la sociedad de la época lo que lleva al desastre general. Un desastre que acabará con el doctor y su criatura retirados en un ostracismo definitivo en las cercanías del Polo Norte. Equivalente, a nivel humano, al castigo que los dioses dieron a Prometeo por su osadía.

Precisamente fue ese desastre el que llevó, en 1931, a James Whale a filmar la película clásica sobre Frankenstein, con Boris Karloff como la Criatura, y convertir un tema de alcance realmente científico en una gran historia de terror. Y esa es la imagen que tenemos y que se ha mantenido hasta que, en 1995, un nuevo director, Kenneth Branagh esta vez, se atreviera a ofrecernos la idea original de la novela con Mary Shelley’s Frankenstein. En esa película, como en la novela, el encuentro inicial del doctor Víctor Frankenstein ya refugiado en las cercanías del Polo Norte y el explorador científico Robert Walton (quien desea alcanzar por primera vez el Polo Norte) dibujan ya claramente el alcance científico de la novela de Mary Shelley y esa voluntad prometeica de la ciencia.

La ciencia ha cambiado en estos últimos dos siglos. Hoy ya no es un empeño de “sabios locos” y ricos con osados proyectos. Hoy la ciencia se hace de manera colectiva pero, eso sí, al servicio de una universidad, centro de investigación o departamentos ad hoc de grandes empresas. Y, como siempre ocurre en el tardo capitalismo de nuestros días, los proyectos no se abordan si no hay garantías de una posible obtención de beneficios. Ya no quedan “científicos locos”, el mercado les ha sacado de la circulación.

En Frankenstein asistimos al nacimiento de una nueva criatura no nacida de madre ni creada directamente por dios alguno. Algo parecido a lo que la ciencia, nuestra ciencia informática, intenta con los robots o las inteligencias artificiales (IA’s), verdaderos “hijos” de Frankenstein. Se trata de “constructos” humanos, de una clásica imitatio Dei, y tal vez aquí radique la raíz última del gran miedo a las IA’s del que les hablaba el mes pasado. Algo así como el miedo a la futura “Criatura del doctor Frankenstein”.

Hasta ahora, el miedo se controla por la imagen limitada de ese “constructo”: un programa de IA, un robot parcial que actúa, por ejemplo, en la fabricación de coches, etc. Pero cuando el robot se disfraza de humano (androide) o se visualiza como lo que realmente es: una IA móvil, empezamos a temer que el futuro no nos pertenezca sólo a nosotros y que, tras la llamada “singularidad tecnológica”, las IA’s nos disputen el control de la historia futura.

Y todo nació con el Frankenstein de Mary Shelley.

Deja un comentario

Scroll al inicio