Posiblemente lo conozcan ya. A mí me llegó a primeros de octubre y me parece de un acierto escalofriante. Es esa imagen de los tres monos tradicionales (el que no ve, el que no escucha y el que no habla) que, en la misma imagen, se sintetizan en el mono enfrascado en su smartphone: ni ve, ni escucha, ni habla. Real as life, según suele decirse.
Lo más grave es que, por usar el teléfono móvil en ese sentido, parece que hay muchos más accidentes de coche que antes. Es como si se hubiera declarado una adicción irrefrenable que obliga a usar el smartphone en todo momento (y no ver, no escuchar y no hablar), interrumpiendo toda actividad. Incluso ésas cuya interrupción puede poner en peligro nuestra propia vida.
Sigo pensando que esto de las redes sociales tiene un tremendo potencial positivo pero que nos enfrascamos en utilizarlas de la peor manera posible.
Pero no es de esto de lo que quería hablarles.
Mi intención es comentar ese crecimiento desmedido de las casas de apuestas por Internet, esas cuya publicidad televisiva se ha incrementado exponencialmente en los últimos meses o años. Nos sugieren apostar a diversos resultados o algunas facetas complementarias durante y a propósito de diversos enfrentamientos deportivos.
Debo declarar que no siento ningún aprecio por el juego que tenga asociado dinero entre sus alicientes. No juego a la lotería (tengo claro el concepto de “esperanza matemática”) y me provoca un cierto escalofrío la abundancia de propuestas de juego crematístico por Internet de estos últimos tiempos con cualquier excusa. No se me oculta que hay quien disfruta y se divierte apostando dinero, pero me parece que no es una actividad inteligente y, afortunadamente, resulta que estoy vacunado contra tal vicio.
No juego a la lotería (tengo claro el concepto de “esperanza matemática”) y me provoca un cierto escalofrío la abundancia de propuestas de juego crematístico por Internet
Recuerdo, casi infante y empezando la adolescencia, haber visto con cierto desasosiego el film La familia Trapp en América (1958), Allí, por la ignorancia e inocencia de alguno de los muchos niños de la familia Trapp, se produce una calamitosa pérdida del escaso dinero de la popular familia por habérselo jugado creo recordar que en unas máquinas tragaperras… Tal vez allí aprendí que, a pesar de las muchas promesas, lo más probable cuando se juega dinero es perder ese dinero que se apuesta. En esos años, el franquismo (tan justamente denostado por tantas y tantas fechorías cometidas) nos “protegía” en cierta manera de ese peligro con la prohibición del juego. Sé que había garitos clandestinos incluso mucho peores que los que se veían en esa película para mí tan ilustrativa, pero lo cierto es que la mayoría de la población tenía más o menos alejado el peligro del juego. Entre esa película y las enseñanzas de mi profesor de matemáticas, he sido siempre ajeno al juego con dinero por saber que, a la larga, lo normal es perder y, dada la naturaleza humana, perder un poco al principio puede, demasiado fácilmente, convertirse en perder mucho al final, incluso más de lo que se tiene…
La “esperanza matemática” es un concepto matemático estadístico que viene a significar el “valor esperado”. En una apuesta, el valor de la esperanza matemática es el pago que se hace multiplicado por la probabilidad. Si convertimos el lanzamiento de una moneda en un juego de apuestas en el que pagamos 2 a 1 por acertar si sale cara o cruz, como la probabilidad de acertar es de 1 entre 2 (0,5), entonces la esperanza matemática es: 2 x 0,5 = 1 y se trata de un juego neutral. Pero si la esperanza matemática es menor que 1, el juego es desfavorable para el jugador.
En las apuestas por Internet la cuota o ratio de pago lo fijan las empresas y, lógicamente, de algún lugar ha de salir el coste de la publicidad, el pago del patrocinio de ciertos clubes de futbol y el beneficio de las casas de apuestas.
Pero apostar por Internet es tan fácil… como abusar del móvil para no ver, no escuchar y no hablar. Lástima de tecnología mal aprovechada.