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Miquel-Barceló esperanza matemática

De anuncios y redes

Les voy a hablar de un anuncio. Se trata del de IKEA para la campaña de Navidad de 2018. Tal vez todavía puedan encontrarlo en https://www.youtube.com/watch?v=grTQHDlcI2w. Lo han visto, cuando escribo este texto a primeros de diciembre, casi diez millones de personas.

Antes, déjenme decirles que suelo desconfiar de los anuncios. Se han hecho imprescindibles en la modalidad de capitalismo en la que nos movemos desde la segunda mitad del siglo XX. Las conocidas crisis de sobreproducción del capitalismo han encontrado un cierto desahogo en las exportaciones y, sobre todo, en el consumo interno.

Hoy en día, para el correcto funcionamiento de eso que llamamos “la economía”, se hace imprescindible que los ciudadanos consuman y gasten. Acumulamos en nuestras casas muchos objetos (mathoms los llamaban los hobbits de El Señor de los Anillos…) que tal vez no necesitamos pero que la publicidad nos ha impelido a adquirir.

Reconozco la inteligencia de los creadores de anuncios, así como temo el que me parece excesivo cinismo de su actividad: muchos publicistas saben que ellos están por encima de lo que suelen usar para promocionar los productos de sus clientes. Pero lo que buscan es la efectividad sin detenerse a pensar en mucho más.

Digo todo esto ya que este anuncio de IKEA, muy acertado, no deja de ser un anuncio y, en el fondo una manera de promocionar la marca… No hay nada limpio bajo el sol…

Pero lo que me sorprende es la temática y la “posible denuncia” implícita en el anuncio. Me recordó un video de hace unos años, creo que promocionado inicialmente (hubo varias “copias”) por un grupo judío, en el que diversas personas sentadas a una mesa ejercían acciones extrañas e incomprensibles. Eran actos siempre solitarios que sólo tenían sentido cuando, en una segunda visión, se incluían los dispositivos móviles (smartphones o tablets) que ocupaban la actividad individual de esos comensales pese a su presencia en una mesa en la que, generalmente, la actividad básica habría de ser eminentemente social.

El vídeo de IKEA se presenta como un concurso (“Familiarizados”) en una cena de Navidad con diversas familias. Las reglas son sencillas: se hacen preguntas y quien falla debe abandonar la mesa.

Paso a paso vamos viendo como los comensales pueden contestar las más absurdas y ridículas preguntas sobre temas que están “vivos” en la red (por ejemplo: “¿Qué filtros de animales puedes encontrar en Instagram Stories?”), pero no ocurre así con temas más familiares. Ejemplos: un muchacho que no sabe dónde fueron sus padres de viaje de luna de miel, una madre que desconoce el grupo musical favorito de su hijo, una hija que no sabe cómo se conocieron sus padres, un chico que ignora cuál es el puesto de trabajo del padre, un marido que desconoce el sueño que le queda por cumplir a su esposa, y un largo etcétera.

La idea general es que se conocen informaciones, incluso las más ridículas, si estas se han obtenido de la red, pero que se desconocen hechos elementales de la vida familiar. No se han hablado lo suficiente.

Al final, tras los mea culpa de rigor, sobre todo de los adultos, ya en la moraleja del anuncio, una chica sentencia: “Las redes sociales están siempre, siempre van a estar; pero tu familia no siempre va a estar ahí, Entonces, aprovechadla.

Al final, en el tal vez necesario happy end, vuelven todos los expulsados (habían sido expulsados todos menos un abuelo…) y dejan los smartphones encerrados en una caja para tener una verdadera cena de Navidad.

El mensaje del publicista, explícito al final, es uno ya conocido desde hace años pero que parece hay que repetir y repetir muchas veces: “Esta Navidad desconecta para volver a conectar”.

Lástima que, después, se diga que IKEA va a hacer eso mismo eliminando su actividad en las redes sociales entre el 24 de diciembre y el 1 de enero. Sofisticada manera de justificar las vacaciones de los mismos publicistas… Y perdonen el cinismo…

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