En marketing es normal cambiar los nombres de las cosas para que parezcan nuevas cuando, en realidad, demasiadas veces, se trata, como suele decirse, de los mismos perros sólo que con distintos collares. Hace ya unos años les hablaba de lo que suelo denominar el «efecto Ariel», por aquello de que cualquier detergente que se precie ha de parecer nuevo cada dos o tres años (ya saben: «¡Nuevo Ariel!», al que se añaden las maravillosas «bolitas azules» o las revolucionarias «bolitas rojas»).
Algo parecido ocurre en el ámbito de la informática que ha ido cambiando de denominación con los tiempos.
Desde 1962, cuando lo sugirió el francés Philipe Dreyfus, hablamos de informática, después, en los setenta, usamos telemática, a partir del original también francés de Simon Nora y Alain Minc. En los ochenta se empezó a hablar de TIC (tecnologías de la información y las comunicaciones) y, unos años después, con escasa inventiva pareció conveniente «modernizar» esa misma denominación con NTIC («nuevas» tecnologías de la información y las comunicaciones), pese a que el ENIAC fue operativo ya en 1945. Desde hace unos años, se empieza a usar el término infotecnologías (yo lo leí por primera vez en una columna de Fernando Sáez Vacas, catedrático en la escuela de ingeniería de telecomunicación en la Universidad Politécnica de Madrid).
En otros casos, los nuevos nombres definen realmente nuevas posibilidades antes inexistentes y, por suerte, hay muchos ejemplos: correo electrónico, world wide web, etc. Y es que en las infotecnologías, junto a un poco de «efecto Ariel» hay un mucho de novedad real, aunque no se me oculta que a veces queda escondida entre el abusivo uso de nuevas denominaciones no siempre con razones suficientes.
Uno de los nuevos términos que se está poniendo de moda es el que hace referencia al «cloud computing», que podría traducirse como «computación en nube».
El «cloud computing» se refiere a la posibilidad de ofrecer todo tipo de servicios informáticos a través de Internet. En el fondo, si hemos de ser sinceros, eso es lo que se ha venido haciendo desde que Internet existe, pero la especificidad reside, a mi entender, en el énfasis que suele ponerse en el término «servicios». Incluso algunas críticas a la computación en nube residen en la posible dependencia del usuario respecto de esos proveedores de servicios en la red.
Aunque lo más importante, al menos para mí, es que los muchos usuarios de Internet, puedan acceder a diversos servicios sin tener que ser expertos conocedores de la gestión de recursos que realmente usan. Y, de forma paralela, lo importante del «cloud computing» es entender de una vez por todas el software como herramienta proveedora de servicios. Se trata de pasar de la vieja programación al nuevo mundo de la ingeniería de servicios gracias a los sistemas de información. Algo inevitable.
Por eso me congratulo con la decisión de mi universidad, la Universidad Politécnica de Cataluña, de crear un nuevo departamento de Ingeniería de Servicios y Sistemas de Información, e incluso estudiar muy seriamente la posibilidad de crear, en la Facultad de Informática de Barcelona, un nuevo grado de «Ingeniería de Servicios», dentro del marco del Espacio Europeo de Educación Superior. Sólo así se logrará superar la pacata visión de quienes, anclados en la vieja computing science de los años cincuenta, todavía no han aprendido que las infotecnologías están precisamente al «servicio» de los usuarios y no de la eterna reflexión teórica para la que posiblemente baste la vieja máquina universal de Turing…